jueves, 29 de agosto de 2013

05: Los Intraterrestres de Stelta


Colonia Submarina de ARMAT

1er. Viaje - 26 de Mayo de 1984

Dejé mi cuerpo a la mesa y me fuí en espíritu, sólo, hasta la puerta. Esperándome allá estaba un ser de rostro como el nuestro, razgos bien finos, pero sin cabellos. El cráneo estaba cubierto con una piel lisa, azul hosco (como látex azul) y en lo alto de la cabeza había algo como una aleta luminosa azul, semejante a un hilo de neón. Con relación a este detalle, quedé por largo rato forzando la mente en el intento de entender aquella luz. Me intrigaba la posibilidad de que alguien tuviera luz en el cuerpo…Pensaba, fue un detalle mal visto, mal interpretado. Me decía para mí mismo: eso es un casco, principalmente por ser azul. Entonces recordé que al mirar el punto en que la luz azul de la cabeza contrastaba con el resto del rostro, no veía nada que pudiese ser levantado o separado. Fue entonces que recordé sobre los peces fluorescentes que en películas y en fotos había visto, y admití entonces que aquel amigo era un habitante de las aguas oceánicas, y que ese punto fluorescente en su cabeza pertenecía a su cuerpo, así como las aletas, los brazos etc.
La aleta iniciaba en lo alto de la cabeza, se engrozaba luminosa en lo alto de la cabeza y hasta la base del cráneo, al final del cuello. Esa luz fluorescente hacia que su piel reflejara tonos suaves de azul y lilas clarísimos. El Ser tenía un tórax bien desarrollado, equilibrado, brazos como los nuestros (miembros inferiores no recuerdo haberlos visto). En ese punto razoné que no tenía permiso de verle el resto del cuerpo.
El primer contacto con el Ser me hizo extrañar mucho sus rasgos de semejanza con criaturas marinas. En lugar de piernas y pies, en la mejor de las hipótesis, tal vez hubiese algo como la parte inferior de las mitológicas sirenas, y probablemente me asustara mucho más, y por ignorancia desistiera en acompañarlo, pudiendo perder el trabajo formidable que hoy se desenvuelve. Sobre los hombros tenía aletas de colores verdes, azules, amarillos y violetas, dorados como los de las plumas del pavo. La primera vez que las ví estaban abiertas, erguidas sobre los hombros. Algo como espinas sostenían aquella piel multicolor. El hecho es que la analogía que hice de la imagen de ese Ser con las de los peces me hizo dudar por un momento en acompañarlo. Miraba hacia sus ojos claros, tranquilos, de apariencia inocente como la de los niños, pero transmitiendo inteligencia elevada, que me aguardaba con paciencia y tolerancia, dándome respuesta como si supiese exactamente lo que yo estaba pensando. El me esperaba, dándome oportunidad de pensar, razonar y decidir en acompañarlo o no.
El no me dejó sentir vergüenza por haberlo estado analizando, ni se ofendió con mi mirada curiosa. Fue entonces que percibí su superioridad espiritual. En aquel instante, me di cuenta de que si él había entrado a nuestra Casa, debería haber tenido permiso de nuestro Mentor Espiritual. Decidí entonces acompañarlo sin saber exactamente hacia donde, pues en realidad no tuve el valor ni el tiempo para preguntarle. Atravezamos la puerta de la sala donde nos reuníamos como si ésta no existiese. Subimos hasta tres metros de altura del suelo y nos dirigimos en dirección hacia el mar, que a pesar de ser de noche, estaba de un azul brillante como si fuese de día. En un segundo nos sumergimos en un punto como si fuese la Playa de Camburi, en aguas someras cerca a la playa, siguiendo en dirección al este. El amigo me hablaba como si estuviese dentro de mi cabeza. En realidad, no sentía ni divisaba mi cuerpo material, sin embargo sentía y veía el mar, el mismo me decía que ya estaba comenzando a congestionarse con basura, chatarra, restos, venenos, sobras, residuos de nuestra civilización, y de cierta manera yo captaba sus pensamientos así: "Mira lo que están haciendo con nuestro mundo". Yo me sentía mentalmente guiado para mirar en una dirección, donde veía latas, metales, plásticos, restos de embarcaciones, materiales diversos, comprometiendo el paisaje y perjudicando la flora y fauna de aquel mundo submarino, escondido, y todavía desprotegido.
De ahí, entonces, me sentí como si volara dentro del agua, a una velocidad sólo permitida al espíritu, así creo, porque sabía que había ido muy, pero muy lejos, en un abrir y cerrar de ojos. Estaba parado frente a una cosa que parecía ser una casa. Había una cerca baja y algas plantadas, con aspecto de jardín. Las algas flotaban verticalmente, leves, según la densidad del agua, que no sé por qué, impedía divisar con nitidez la casa, que parecía abandonada. La visión de ese ambiente, casa y jardín, me parecía irreal por estar en el fondo del mar, lo que me hizo pensar que fuera una visión simbólica. Era un lugar bucólico, no sé explicar muy bien.
Esa serie de pensamientos frente a la casa fue la última cosa que ví en este viaje submarino.
En el día del viaje durante el momento de estar frente a la casa abandonada, sucedieron una serie de ruidos en el ambiente donde mi cuerpo físico descansaba en superficie, lo que me hizo regresar a la realidad material. Me dí cuenta que aquellos ruidos, de alguna manera, habían interrumpido mi viaje; quería ver y saber más, creía haber viajado poco. Con todo eso, luego de describir el viaje con los colegas del Grupo y, ahora, al comentarlo, concluyo que el viaje realmente había terminado. Los ruidos sólo coincidieron con su final, y lo que ví y sentí fue tanto, una conseción tan sublime, que me emocioné por juzgar no merecerla.
Abandonamos el lugar, rumbo a la superficie, a una velocidad tan sorprendente que no recuerdo el tiempo utilizado en el trayecto de la casa submarina hasta la superficie del mar. Para tener una idea de la rapidez con que salimos del agua, a pesar de ya estar a unos 100 metros de altura, aún sobraba tiempo para presencia el espectáculo del agua separándose, a la distancia.

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